Hay un México que canta y ríe, un México de altares y flores, de mariachis y lloronas, de trompeta y guitarrón, de compases de magia, de futuro, y de historias que susurran tiempos memorables a cualquier viajero dispuesto a escuchar. Y un poco de ese México se dejó ver anoche en Madrid, con su incomparable explosión de alegría en su música y sus canciones henchidas de melancolía y de color a partes iguales.
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Así las adornó Luis Cobos, en un Teatro Real abarrotado, con un público entregado, y un elenco artístico de primera: La Europe Symphony Orchestra, extraordinario y magnífico conjunto sinfónico que captó desde el principio el espíritu de México, el Mariachi de Tecalitlán haciendo las veces de puente mágico para unir las dos riveras del Atlántico, el coro Gospel Factory, la compañía de Pitingo que se creció compás tras compás y las voces divinas de Ana Alcaide y Claudia Serra, que engalanaron la noche en el Teatro Real entre coros y solistas.
La ocasión era perfecta. Como fino sastre, Luis hilvanó un repertorio contundente y muy elaborado con su sello personal, se le vio entusiasmado, seguro. Concentrado como estaba, esos temas y canciones solo podían estar vestidos de alma, y así desfilaron, regios, aplaudidos, sencillos pero al mismo tiempo adornadas por multitud de instrumentos en un mosaico de brillantez.
Se palpaba la exigencia, temas tras tema, canción tras canción, las horas de trabajo, la calidad de las más de doscientas personas que llenaban en ocasiones por completo el escenario del Teatro Real. Y todo comenzó con una obertura, compuesta por Luis, que anunciaba el gusto, emoción, brillantez y excelencia de lo que estaba por suceder.
Dos horas navegando por México, por su música, por lo variado de sus ritmos y lo desenfadado y profundo de su folclor. Mosaico adornado, en ocasiones, de voces bien templadas, con la orquesta vistiéndolas de gala, haciéndolas tan inmensas y cercanas que, en realidad, eran como nuestras.
Luis quiso mostrar, como intérprete, el registro aterciopelado del saxofón, y cedió la batuta para dedicarse, con arte fino y emoción, a desgranar una catarata de notas apretándose frenéticas mientras el todo se rendía para acabar en un solo que culminaba inesperado, más cerca del jazz que de los ritmos latinos. Fue una sorpresa para muchos, comprobar que Luis –Cobos también es un buen intérprete, además de un gran director y compositor.
Pero no tardamos en regresar al país azteca, y disfrutamos una orquestación sinfónica de Las mañanitas, que Luis había interpretado en su gran concierto del Estadio Bernabéu, ante 82.000 personas, en honor de las víctimas del terremoto de México. En este caso fue para homenajear a las madres que celebraban su día en México. Y entonamos entre los labios sones que podíamos reconocer. Era la noche que Luis Cobos soñó, la que muchos esperábamos contemplar.
Implicado, como siempre ha estado, en causas sociales, la velada del sábado en el Teatro Real también tuvo su parcela de reivindicación para el colectivo de personas con enfermedades raras que, agrupados en torno a FEDER piden, con justa razón a las administraciones públicas, recursos para mejorar su calidad de vida, investigando para conocer las causas y diagnosticar las enfermedades, sean cuales sean sus circunstancias o dolencias.
Noche mágica, noche de México y, sobre todo, la noche de Luis Cobos. Tres facetas de un mismo espectáculo que encontraron el mejor de los escaparates posibles.
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